miércoles, 12 de agosto de 2009

Fuga y misterio

No fue sólo el crecimiento a tasas chinas el que quedó dentro de la cajita de buenos recuerdos del período 2003-2008: con la crisis también desapareció el tibio consenso sobre el rumbo, causas y consecuencias de nuestra querida coyuntura. Históricamente, siempre ha costado explicar las crisis, y mucho más, cohesionar pensamientos para encontrar soluciones a las mismas.


En este marco de cuadro de museo, la fuga de capitales es una de las cuestiones que mediáticamente despertó mayor interés entre los suspicaces periodistas locales, llegando así al televisor hogareño de cada argentino. Intuyo que muchas amas de casas, preocupadas por cómo “la plata se escapa del país”, ignoran que al comprar unos verdes contribuyen ellas mismas con la tendencia que tanto las aterra. Pero, más allá de lo colorido de ese detalle, lo verdaderamente preocupante, pienso, es la falta de una respuesta articulada por parte de los que sí saben de economía. Escuchemos algunas voces, y veamos la forma en que un enfoque particular magnifica o descalifica el temita de la fuga.

(1)

Empecemos con el economista José María Fanelli, quien resume la actual situación económica argentina de esta forma:

“Nótese lo siguiente: hoy la Argentina tiene un nivel de pobreza y desocupación creciente porque el nivel de actividad es bajo; el nivel de actividad es bajo porque la demanda cae; la demanda cae porque los sectores con capacidad de ahorro no gastan y compran dólares; los dólares están disponibles porque se importa poco y se importa poco porque el nivel de actividad es bajo. Conclusión: los sectores de menores recursos se quedan sin empleo y caen en la pobreza porque hay que conseguir los dólares que necesitan los sectores más pudientes para colocar su ahorro en un mundo incierto. Esto no lo desea nadie. Pero no por eso deja de ocurrir.”

Sencillo: el cimiento de la crisis está en la desconfianza, y quien no confía, ahorra, en dólares. Si se ahorra más, se consume menos. Ergo: cae la actividad y deviene la crisis. Solucionamos el embrollo si el gobierno marca un norte claro, conciso, y al pie.

(2)

Sigamos. Escuchemos ahora la opinión de Claudio Casparrino, Investigador del Cefid-AR:

“Si la fuga es una señal sobre las políticas públicas, ésta emana de un sector cuya ubicación particular respecto de las regulaciones estatales no puede equipararse con los destinos e intereses del pueblo ni de la Nación.”

En esencia, podríamos identificar este argumento con el de Fanelli, haciendo un simple supuesto: el “sector de ubicación particular” es el sector con posibilidades de ahorro. No obstante, se trata sólo de una apariencia, que desaparece al entender ciertas sutilezas, las que permiten ver lo opuestas que están las visiones. En la hipótesis de Casparrino la fuga pasa a ser algo menor: dado que representa la voluntad de sectores concentrados, no es necesario preocuparse por ella, sino simplemente reprimirla. No es la fuga un termómetro capaz de marcar el ritmo de la economía, es un reflejo de deseos particulares, lejos de ser equiparable con el deseo social. Solución: más Estado y menos oídos para los que acaparan dólares.

(3)

Pasemos ahora a Gustavo A. Murga, investigador y docente del Grupo Luján, UNLU y UBA. Él nos cuenta la siguiente historia:

“La preferencia por la liquidez en moneda extranjera ante el primer atisbo de incertidumbre, es una muestra de que aún existe en la mentalidad del agente económico la consigna clara de que el que apuesta al dólar gana, aún ante la pérdida social y económica que ello conllevó históricamente (devaluación, inflación, caída del salario real, etc.).”

Murga deja el vanagloriado “clima de confianza” en un segundo plano y afirma que un comportamiento especulativo (construido en base a experiencias pasadas) se esconde detrás de la fuga. Todos quieren ganar, no importa cómo, por lo que especulan emulando encontrarse en un casino.

(4)

Para concluir este largo derrotero, veamos un poco lo que anda diciendo Claudio Lozano, diputado nacional y economista:


"Nos parece una barbaridad que se utilicen reservas para pagar deuda, y se resistan otros tipos de propuestas como es aplicar una porción de reservas para realizar una asignación por hijos, sacar a las familias de la pobreza y activar la capacidad adquisitiva de los sectores populares. (…) Esos recursos de las reservas deberían utilizarse para generar un Shock de inversiones básicamente en infraestructura energética –recuperando YPF-, en transporte –fundamentalmente volviendo a activar desde el Estado el ferrocarril argentino -, e impulsando la modernización industrial y del sector agro-industrial".

Otro mundo. No importan en el argumento la desconfianza, ni la actitud de ciertas clases, ni el comportamiento especulativo. La crisis es sólo de demanda, la falta de demanda es consecuencia de quién sabe qué, y la misma se soluciona gastando reservas (lo que desde una mirada algo diferente llevaría a mayores incertidumbres, y una profundización de los comportamientos especulativos).
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Con un poco de detenimiento, se pueden ver en los párrafos citados visiones totalmente distintas de una misma realidad. Distintas fugas, para distintos gustos. Es así que cuesta explicar una crisis. Es así que cuesta encontrar soluciones para una crisis. Cae como un fruto directo la facilidad con la que se otorgan culpas y se entronan salvadores. Abundan soluciones cuando oscila la economía y falta claridad. En el medio, cada interesado lleva agua a su molino: la confianza se recupera beneficiando a ciertos actores económicos, las barreras financieras se aplican perjudicando a otros. Es así como también el uso de las reservas necesita, a priori, decidir en qué gastarlas, con el consecuente rédito político para quien lo decida.

La fuga incrementa el misterio. Y se vuelve como el lado oscuro de la luna. Hay que ver quién puede conquistarlo.

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